Cuando Joe Biden asumió la Presidencia en Estados Unidos nadie habló de una luna de miel, las crisis económica y epidemiológica eran demasiado urgentes y el clima de violencia política ya había hecho correr sangre; por eso, al acercarse sus primeros 100 días de Gobierno el balance de política nacional es positivo, anclado en una masiva inyección de dinero para recuperar la economía y una exitosa campaña de vacunación.
Biden se puso dos prioridades cuando asumió: garantizar una recuperación económica que no se limite a las flexibilizaciones de las restricciones por la pandemia y que sea sostenible con un ojo puesto en la competencia internacional, y contener el brote de coronavirus, una meta ética en el país con más contagios y muertos del mundo, pero también un requisito para esa recuperación.
Para lo primero consiguió aprobar con el apoyo de las bancadas oficialistas el mayor paquete estímulo de la historia moderna del país, valuado en 1,9 billones de dólares -el equivalente al PIB de Italia en 2020-, y negocia para sumarse una nueva victoria con su ambicioso plan de infraestructura que costará otros dos billones.
La oposición republicana rechazó ambos planes por considerarlos muy caros y Biden les respondió con otra serie de propuestas que sorprendió a propios y ajenos y que comenzó a alejar al mandatario de la imagen conservadora que supo cultivar dentro del Partido Demócrata.
Impulsa en el G20 la creación de un impuesto mínimo global a las ganancias de las empresas para evitar la evasión fiscal en lo que el mismo llamó «guaridas» -algunas existen incluso dentro de Estados Unidos- y que «la economía prospere sobre la base de una mayor igualdad de condiciones de tributación para las empresas multinacionales», según explicó su secretaria del Tesoro, Janet Yellen.
Además, esta semana que comienza se espera que presente una reforma para casi duplicar el impuesto a las ganancias de los individuos más ricos.
Su límite, adelantó Biden y repitió una de sus promesas de campaña, será no subirle los impuestos a nadie que gane menos de 400.000 dólares al año, lo que se calcula representa el 95% de la población.
Para la economista Lara Merling del Centro de Investigación en Economía y Política (CEPR), con sede en Washington, el apoyo a un impuesto corporativo básico internacional sorprendió y se debe a que «Yellen está muy preocupada por el déficit, sabe que el país no puede competir con paraísos fiscales y pierde muchos ingresos con este sistema».
Según explicó a Télam, «hace años que hay países que intentan abrir esta discusión en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el G20, pero nunca había contado con el apoyo de Estados Unidos».
Otro dato positivo para Merling fue el cambio de posición en el FMI para apoyar una liberación de 650.000 millones de dólares a mediados de año en forma de derechos especiales de giro entre todos los Estados miembros en estos momentos de dificultades globales.
La otra gran victoria que se anotó Biden en estos primeros 100 días fue una exitosa campaña de vacunación contra el coronavirus.
El veterano dirigente tomó las riendas de un país que hacía meses se había convertido en el epicentro de la pandemia y, aunque la apuesta para desarrollar en tiempo récord vacunas fue de su antecesor, cuando llegó a a la Presidencia denunció que el despliegue para la campaña de vacunación estaba en pañales.
Inyectó fondos, aportó fuerzas y personal federal, lanzó una masiva y constante campaña de concientización sobre el uso de tapabocas y el cumplimiento del distanciamiento social, y se aseguró que Estados Unidos no sufriera el mismo problema que está enfrentando el resto del mundo: quedarse sin vacunas.
Lo logró y consiguió cumplir en casi la mitad de tiempo su promesa de 100 millones de dosis administradas. La duplicó y alcanzó la nueva meta de nuevo antes de tiempo.
Según los últimos cálculos, para el próximo jueves, cuando cumpla sus 100 días en el cargo, habrá llegado a las 230 millones de dosis y se acercara al 45% de la población con al menos una dada.
Si bien la curva de contagios había comenzado a descender cuando asumió, Biden no solo consiguió mantener esa caída, sino que hoy está logrando amesetarla en un nivel similar al de la primera ola del año pasado, un dato considerable ya que en Europa, América Latina y algunos países asiáticos las últimas olas fueron peores que las de 2020.
«Biden es extremadamente experimentado en la política de Washington. Entiende las cosas de una manera que ni (Barack) Obama ni (Bill) Clinton, los dos presidentes demócratas anteriores, pudieron porque eran muy jóvenes cuando asumieron», explicó a Télam la profesora y titular del Departamento de Gobierno de la Universidad de Suffolk en Boston, Rachael Cobb.
El Gobierno de Biden aún no respondió a muchos temas centrales y su compromiso para cada uno de ellos es una incógnita, pero para Cobb esto se debe a que «fue muy claro con cuáles serían sus prioridades» y «está siendo muy estratégico sumando primero victorias antes de encarar temas en los que no tiene los votos».
«Sabemos que en las elecciones de medio mandato el oficialismo suele perder, pero también sabemos que la gente vota mayoritariamente por la economía y ahora los demócratas son más fuertes en este tema. Mientras los republicanos no están listos para hacer compromisos y profundizan el escenario de extrema polarización, los demócratas están encontrando puntos de común entre ellos, al menos en estos primeros temas prioritarios», opinó.
Pero los desafíos que aún tiene por delante Biden no son pocos ni menores.
Prometió en campaña impulsar y aprobar una reforma migratoria que permita regularizar la situación de más de 12 millones de personas en el país -algo que tanto George Bush como Obama intentaron sin éxito- y, aunque alertó sobre «una pandemia de violencia armada», aún no jugó fuerte en el Congreso para conseguir un cambio real en este tema o en las dos cuestiones que siguen bien presentes en la agenda estadounidense: cambio climático y justicia racial.